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Se viene el estallido


La ola polar volvió, dicen desde la radio. Pero a nadie le importa en el Konex. Están bailando bajo techo, con las puertas abiertas y no dejan de moverse. Brazos, piernas, pies, caderas. Un desparramo, como leche derramada, como ingleses por el camino, como una suma de amantes de la percusión, oficinistas desinhibidos, estudiantes sin libros, extranjeros de idioma universal y curiosos que sacuden la timidez. La bomba de Tiempo, grupo de percusión de 12 miembros que practica la composición en tiempo real, provoca el movimiento de quienes participan de las presentaciones todos los lunes en el galpón de la Ciudad Cultural Konex, en el barrio porteño del Abasto.


En un espacio de experimentación musical y clima festivo, el grupo liderado por Santiago Vázquez es djembé, es tambores, semillas, guiros, bombos legüeros y quintos. Pero también es ritmo, es unidad, es improvisación coordinada por un sistema de más 70 señas que permite a los integrantes tocar "la partitura" mientras el director la va escribiendo. Una invitación al "trance del ritmo en estado puro", como dicen los panfletos de la banda.

Pero... ¿cómo se entra en ese trance un poco rioplatense y otro poco africano?
La cola empieza antes de las 19. Da la vuelta a la esquina de Sarmiento y Anchorena, y amenaza con asomarse por Corrientes. En la espera la gente habla de experiencias anteriores, de cuando trajeron al tío o al primo, de cuando vinieron en el verano y La Bomba tocaba en el patio, sobre la enorme escalinata que sorprende a aquellos que visitan el Konex por primera vez. Pero es invierno y el escenario está en una sala de techo alto cruzando el espacio al aire libre, donde todos se amontonan al resguardo del frío y a la espera de la música.

Una vez adentro, son dos los movimientos que hace la gente. O bien van formando círculos de charla que indefectiblemente se convierten en círculos de baile, o se van arrimando al escenario bajito sobre la derecha de la sala, desde donde parece venir ruido de tambores, pero que está vacío. ¿Quién está tocando? ¿Desde dónde viene el sonido?
Si uno se abre paso entre la masa de seres que rodea la tarima, en la que no se sabe donde termina uno y cuando empieza el otro, encuentra por fin el origen del repiqueteo: de 19 a 20 La bomba recibe a los espectadores con un ensayo abierto en el que tocan "las divisiones inferiores" -como dicen ellos- aguardando a que se haga la hora para que "la primera" suba al escenario.

Manos y parches calientes, el trance comienza. Los grupos no se desarman si no que giran hacia la tarima. Los músicos se acomodan en un semicírculo bien abierto sobre el piso de madera del pequeño escenario. Vázquez se para frente a ellos, sonríe, levanta las manos y así, sin pedir permiso al público que todavía está acomodándose, empiezan a tocar. Unos callan a otros y los tambores callan a todos. La bomba de tiempo puso el reloj en marcha.


En el primer tema los que conocen la dinámica del espectáculo ya están bailando. Tal vez sean rastas y gorros, o bien las sacudidas de algún hombre de camisa celeste y chaleco gris las que impidan ver a los 12 músicos al mismo tiempo. Pero hay que hacer el esfuerzo. Estirar el cuello y poner atención a cómo el director se comunica con la banda a través de gestos es clave para entender cómo funciona La bomba. Son matices, notas, reacciones específicas las que Vázquez busca y encuentra, las mismas que hacen a la unidad del grupo y permiten la improvisación.

¿Enfocarse en los artistas o concentrarse en lo que provoca la música en el cuerpo? No hay tiempo ni posibilidad de elegir en este caso. Mirar y mover los pies, o la cabeza, o las manos, es parte de un mismo movimiento. Es inevitable. El sonido recorre el cuerpo de pies a estómago, y de ahí hasta arriba, a la garganta. Es una bomba que quiere estallar en un grito liberador que muchos se animan a dar y que otros reprimen. Hoy principiantes, mañana expertos en el ritmo candente y conmovedor de La bomba de tiempo, saben que el próximo lunes van a volver.

Pasados ya unos 30 minutos, los roles en la banda cambian. Uno de los músicos toma el papel del director mientras que el resto rota los instrumentos. Todos parecen tocar todo. Se reacomodan y vuelven a empezar.

Sobre la segunda mitad del espectáculo Vázquez retoma el liderazgo y sube al escenario. Pero no sube solo. Abajo algunos reparten codazos, otros preguntan qué pasa y el resto aplaude con fuerza mientras trata de no perderse ni un solo movimiento. La mujer que está atrás del oficinista atropella al de rastas y se abre paso entre la multitud. Quiere ver al invitado sorpresa, cosa no muy difícil si uno tiene en cuenta su tamaño. Javier Malosetti parece un gigante entre el resto de los músicos.

Doce percusionistas, un bajista y 400 espectadores acompañan la música con el baile. "El trance del ritmo en estado puro" hace olvidar la radio y la ola polar, que es lunes y son las 10 de la noche, que mañana hay que trabajar o sentarse a estudiar para un final. El primer día de la semana cambia de color y los domingos no parecen tan nostálgicos.



Julieta Lucero
Crónica para el tercer número de Línea B.
Fotos sacadas del blog del grupo labombadetiempo.blogspot.com. La segunda es de un recital que dieron en Niceto Club.

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