Con los pies sobre la tierra y las manos en el teclado, me tengo que apurar. Son 10 años, mucho tiempo, mucha la presión. Por suerte no tengo que hacer cola, pero las entradas para el recital de Soda vuelan igual.
Vuelan, no como los pollitos del campo del tío Pichón. Pobres pollos. Fue el verano pasado que mi familia se tuvo que hacer cargo de la casa, los peones, de todo. Pichón y sus 73 años ya no podían administrarlo.
En comitiva familiar hicimos 80 kilómetros de pavimento y 5 leguas de ripio. Los hombres se encargaron de las máquinas y las mujeres de la casa. Nosotros, "los hijos de", fuimos directo al gallinero.
Alambres caídos y gallinas sueltas, encontramos entre los huevos, una docena y media marcados con cruces. Sin saber de qué se trataba, los agarramos todos y los pusimos en la heladera.
Después del almuerzo contamos nuestra proeza. Y se armó el escándalo: el tío gritaba desde el baño y el abuelo golpeaba el bastón contra el piso de la cocina. ¡Habíamos sacado a 18 pollos de gestación y los habíamos puesto en el frío!
Corrimos entonces hacia la heladera y sacamos los huevos. Era tarde.
Los pollos no volaron. Los pollos no vuelan. Pero las entradas sí. Me tengo que apurar. Quiero ir a ver a Soda.
Julieta Lucero
Columna Con los pies sobre la tierra de la revista Línea B, número 1.
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