Crítica de Retratos, de Truman Capote.
Durante el siglo XIX, como consecuencia de la transformación social y económica en el seno de las burguesías, hubo lo que la fotógrafa alemana Gisele Freund denominó "un desplazamiento de los estados de conciencia". Cambió la representación que la gente tenía de la naturaleza y de su relación con ella.
En el arte ese desplazamiento provocó un giro hacia la objetividad. La filosofía positivista exigía exactitud científica, una reproducción fiel de la realidad en la obra de arte. Se comenzó a discutir si la fotografía tenía esa esencia: si la técnica podía cumplir con la exigencia de objetividad que buscaba el arte, si era un producto industrial o podía ser considerada hecha por artistas.
Retratos de Truman Capote parece en un principio ser representante de esa tradición: la técnica parece consistir en preguntar, observar, comparar, acomodar el lápiz, y "gatillar". El escritor y periodista nacido en Nueva Orleans en 1924 está presente, ve, acompaña la situación, y luego comparte con el lector el perfil más íntimo de la personalidad que decide retratar.
Capote relata una serie de experiencias y charlas profesionales con la persona que dice encontrar detrás del personaje. Instalado cómodamente en el star system neoyorquino, comparte con actores como Marilyn Monroe, Marlon Brando y Elizabeth Taylor cenas, salidas, horas de charla y muchos litros de alcohol. Al ser parte de eso que cuenta, sus percepciones resultan para el que lee aún más verdaderas, la realidad misma. Sin embargo es ahí, en "sus percepciones", donde la primera impresión de Capote como retratista se desvanece.
El escritor parece fotografiar a Brando cuando lo describe "con los ojos cerrados y el rostro blanco y liso, sin arrugas, bajo la luz que venía del techo", pero no lo hace. Así lo cuenta porque así lo ve, desde el preciso ángulo en que se puede apreciar la luz sobre la cara sin rastros del tiempo del actor. "Sentí como si volviera a vivir el momento de mi encuentro inicial con él" agrega. Ya no sólo describe desde una perspectiva fotográfica entonces, sino que trae a la mente recuerdos de su vida personal y los compara con el presente.
En cuanto a cómo él mismo se muestra, Capote no asume completamente el rol de periodista formal frente a sus entrevistados. Usa la memoria como técnica de recolección de datos, casi un antropólogo, un observador participante entre la elite intelectual de la época. No muestra la "cámara", el anotador, y permite que los personajes se relajen y cuenten más de lo que hubiesen querido decir. Aún si no lo son, hace que se sientan tan a gusto como con un viejo amigo.
Al igual que con aquella fotografía del siglo XIX, se puede discutir la objetividad de la pluma de Truman Capote. Aquellos que quieran encontrar la exactitud positivista en estos perfiles se encontrará no con retratos de la realidad misma, sino con una mirada particular. Se trata de un hombre que elige arbitrariamente qué queda dentro y qué queda fuera, dónde pone la cámara y cuándo dispara. Retratos se convierte así en una recopilación de perfiles periodísticos con información pero con mucho más de arte, ambos elementos determinados por el mismo Capote: su posición social lo hacen a la vez nativo e investigador, espectador y partícipe, personaje y periodista.
Julieta Lucero
Fotos sacadas de www.swisseduc.ch
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