Desde mi ventana veo la esquina. Y no en forma figurada, sino el mismísimo cordón de la vereda dando la curva por Malabia. Desde la cama no veo un camino recto, sino uno que gira y sé exactamente hacia donde.
Veo un gran árbol aún verde, hermoso, aunque a veces un poco triste, con sus ramas que quieren besar el asfalto, pero no pueden. Veo un edificio de tres pisos, al menos de tres balcones. Antiguo el señor edificio, con ventanas altas y cortinas pesadas, pero nunca veo gente del otro lado. Alguna sombra, pero nadie que reconozca en la calle.
También veo un jardín de infantes. Los enrejaditos, les digo. Son hermosos pigmeos que corren algunos con pañales y otros sin, que se ríen, gritan y lloran, pero hace un mes que no logran despertarme de mis mañanas tardías. A veces los miro con demasiada emoción. La misma emoción con la que veo las fotos de mis sobrinos, los hijos de mis amigas, y de golpe, oh, ojos vidriosos y a veces lágrimas.
Hoy me puse a pensar y me di cuenta, también, que de mi grupo de amigas, de esas con las que uno comparte la vida, soy la única que la comparte sólo con ellas. Estos días estuve feliz, pero definitivamente hoy no es el caso. No sé si es por Daniel, tan hermoso hoy, tan compañero a la distancia, pero ausente al fin.
Termino pensando en lo que no tengo. Y aparecen las preguntas. ¿Por qué nos criamos tan enamoradas de la tragedia, del romanticismo, del sufrir por no tener y del sufrir por tener? Porque, sí, tengo.
Tengo un departamento que no pago hace meses, una cama doble que no es mía, ropa que no uso porque pienso que mañana quizás me quede mejor y ropa que uso tanto que termino desgarrando mientras bajo el Machu Pichu. Tengo viajes que sumo y sumo, pero nunca sé cómo llego a pagar. Tengo una hermana de la que me quejo demasiado, una nueva amiga con la que compartir el hogar, un hermano y una cuñada tan lejos, pero tan cerca, padres maravillosos que se preocupan aunque no me guste, amigos, sobrinos y mi propio Daniel. Y el balcón, claro. Y la ventana. Y los enrejaditos. Y la esquina que es una gran curva. Y el edificio antiguo lleno de luces y sombras tras cortinas pesadas en colores claros.
Ahora quiero un gato.
Veo un gran árbol aún verde, hermoso, aunque a veces un poco triste, con sus ramas que quieren besar el asfalto, pero no pueden. Veo un edificio de tres pisos, al menos de tres balcones. Antiguo el señor edificio, con ventanas altas y cortinas pesadas, pero nunca veo gente del otro lado. Alguna sombra, pero nadie que reconozca en la calle.
También veo un jardín de infantes. Los enrejaditos, les digo. Son hermosos pigmeos que corren algunos con pañales y otros sin, que se ríen, gritan y lloran, pero hace un mes que no logran despertarme de mis mañanas tardías. A veces los miro con demasiada emoción. La misma emoción con la que veo las fotos de mis sobrinos, los hijos de mis amigas, y de golpe, oh, ojos vidriosos y a veces lágrimas.
Hoy me puse a pensar y me di cuenta, también, que de mi grupo de amigas, de esas con las que uno comparte la vida, soy la única que la comparte sólo con ellas. Estos días estuve feliz, pero definitivamente hoy no es el caso. No sé si es por Daniel, tan hermoso hoy, tan compañero a la distancia, pero ausente al fin.
Termino pensando en lo que no tengo. Y aparecen las preguntas. ¿Por qué nos criamos tan enamoradas de la tragedia, del romanticismo, del sufrir por no tener y del sufrir por tener? Porque, sí, tengo.
Tengo un departamento que no pago hace meses, una cama doble que no es mía, ropa que no uso porque pienso que mañana quizás me quede mejor y ropa que uso tanto que termino desgarrando mientras bajo el Machu Pichu. Tengo viajes que sumo y sumo, pero nunca sé cómo llego a pagar. Tengo una hermana de la que me quejo demasiado, una nueva amiga con la que compartir el hogar, un hermano y una cuñada tan lejos, pero tan cerca, padres maravillosos que se preocupan aunque no me guste, amigos, sobrinos y mi propio Daniel. Y el balcón, claro. Y la ventana. Y los enrejaditos. Y la esquina que es una gran curva. Y el edificio antiguo lleno de luces y sombras tras cortinas pesadas en colores claros.
Ahora quiero un gato.
JL.
Existencialismo barato de abril de 2011.
Existencialismo barato de abril de 2011.
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