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Almagro de bares, películas y falsos gallegos

El martes pasado se proyectó en la Casona de Humahuaca el documental What about Columbus, del realizador español Lander Camarero. Aquí, pequeñísimo comentario de una noche de amigos.

En los bares de Almagro se pueden encontrar muchas cosas. Banderines de clubes que ya no existen, heladeras Siam, narices de payaso, sifones de soda, flores de plástico, no más de tres sillas iguales, pochoclos con orégano y ají molido, algún aguayo, barbas tupidas y polleras a la rodilla. ¿Qué diferencia éstos espacios de los espacios de banderines de clubes que ya no existen, de heladeras Siam, de narices de payaso, de sifones de soda, de flores de plástico, de no más de tres sillas iguales, de pochoclos con orégano y ají molido, de algún aguayo, de barbas tupidas y de polleras a la rodilla que están en Palermo? El precio de las empanadas, el precio de la cerveza y el aire de construcción colectiva que rara vez logra cruzar avenida Córdoba. 

También hay amigos, ex compañeros de universidad y viajeros que alguna vez alguien encontró del otro lado del mundo. Ese es el Caso de Lander Camarero, realizador vasco, que poco le importa definirse políticamente en relación a su tierra de origen y que en este barrio -también del otro lado de la avenida- sacamos de eje geográfico llamándolo "gallego".

¿Cómo es Lander? En una mesa de bar y sin abrir la boca, podría ser considerado otro compañero de Sociales. En esta mesa de bar es un director de cine que en los últimos años viajó por el mundo con el objetivo de filmar "What about Columbus", pero que antes de hablar de su última película prefiere escuchar historias de empleados públicos, taxistas o policías cordobeses que invitan cerveza en la mismísima comisaría.

¿Cómo es el documental? Es la búsqueda de un director de cine, futbolista retirado, que está tras el secreto, la teoría, las palabras exactas que necesita para narrar y hacer narrar una adaptación del capítulo de El Principito a tres equipos cinematográficos distintos. Desde India, Perú y el País Vasco, tres directores y tres guionistas son invitados por un realizador que se muestra inexperto, inseguro y perseverante a debatir el sentido de las conversaciones entre el niño de la rosa y su nuevo amigo, el zorro. Así, mientras ese Lander viaja de lugar en lugar haciendo un camino propio de conocimiento sobre narrativa desde un humor muy bienvenido, cada equipo, café de por medio, discute cómo contar la historia de esa relación desde una perspectiva cultural local.

El resultado de este documental ficcionado, con tres procesos de realización no ficcionales y con tres cortos originales, es un ir y venir por el globo terráqueo que se reconoce no sólo por la naturaleza de sus paisajes o la idiosincrasia de sus sabios, sino por los modos particulares de contar un relato universal que desde nuestro etnocentrismo muchos hemos leído.

Es acá donde surge el aire de construcción colectiva del barrio. Como bien señaló una compañera de mesa de bar, quizás una debilidad del film sea no aportar debate explícito desde el estilo, desde la técnica audiovisual. Apela a un conocimiento de recursos narrativos por parte del espectador -que se puede no tener-, pero no apela a un conocimiento semiótico, porque no se pregunta ni se responde por la construcción visual y sonora del discurso. Quizás no sea una debilidad, quizás simplemente no se lo proponga y provoque, sin querer, esta absurda caída sonora en el pozo ciego de la ciencia de la comunicación. A veces uno debe justificar las pestañas que ya no volverán a crecer. En ese caso, sinceras disculpas.

Del ciclo de cine de ese centro cultural no hay mucho que decir. Hubo problemas de sonido que los organizadores no pudieron solucionar y la película se vio gracias a las inquietudes de un público paciente y entusiasta que quiso quedarse a pesar de las fallas iniciales. También gracias a la insistencia de Lander y sus amigos, que ya sin respuestas desde la organización consiguieron por sus propios medios que la película efectivamente se escuche. Eso le dio a la noche la mística que Almagro se merece y, otra vez, ese aire de construcción colectiva. 

Las barbas tupidas y las polleras hasta la rodilla miraron el documental, tomaron cerveza y hablaron de cine. No los detuvo que cierre ese bar ni que cierre el siguiente. Quizás no sea la anécdota del policía cuartetero solidarizado con el ciudadano con sed, pero definitivamente es una historia para la próxima noche de bar, quizás apoyados en alguna heladera Siam de Almagro.


jl.

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