Ir al contenido principal

Noche de tributeros y sabinas

Jueves, once de la noche. Día de trabajo, día de estudio, pero día de relajación. O por lo menos era lo que necesitaba. Entonces decidimos salir.
Entre cines, teatros y ofertas de acompañantes con aire acondicionado en la siempre caliente calle Corrientes, Silvina y yo entramos en el Paseo La Plaza. Objetivo: "ver a Sabina y conocer chicos", dijo ella; ir al "tributo a", corregí yo. Es que la ilusión prometía ser grande. Tan grande prometía ser que antes de entrar, mientras espiábamos por la ventana del bar, no sabíamos quién había nacido en Argentina y quién del otro lado del océano; quién era el que ostentaba músculos y tatuajes, y quién era el huesudo con la carne concentrada en el abdomen; quién llenaba bares y quién vendía miles de discos.

"15 pesos cada una", dijo la camarera mientras nos señalaba las mesas libres en ese bar tributero de cortinas de terciopelo bordó que enmarcaban el pequeño escenario. Y nos sentamos.

Si lo que queríamos era conocer al amor de nuestras vidas, bien tendríamos que haber empezado a mirarnos con cariño entre nosotras. La mayoría femenina y coro entusiasta -que acompañaba con gestos de aguante futbolero a baladas como Y sin embargo o Contigo- estaba mechada con personajes masculinos raros de encontrar en otro que no sea este, su ambiente natural. Esos eran el hombre de la típica parejita de la primera cita que casi ni se mira y menos se toca, o el amigo gay que acompañaba a la amiga enamorada del cantante. O los dos chicos del fondo, esos a los que espiábamos y que nos espiaban entre canción y canción.

Con un merlot a medio tomar y look de quién salió del trabajo y se dio una vuelta por el centro cultural porteño, aquel dúo era un paisaje atractivo de mirar. El problema apareció cuando pasamos a observar, a seguir con detenimiento los gestos de quienes bien podríamos haber aceptado una copa hasta ese momento.

Cabeceando como los perros de adorno que suelen pasear en los taxis diciéndole sí a la vida, sí al tráfico, sí al pasajero y al no pasajero también, Silvina y yo fuimos notando algunas "irregularidades" en los galanes de la otra punta del bar.
Porque tanto hombres como mujeres escuchan y entonan a Sabina como si el andaluz supiera de los 19 días y quinientas noches de sufrimiento de todos y cada uno de ellos. Pero el entusiasmo, el fervor, la garra con que los chicos del fondo cantaban era, más que exagerado, exasperante.
Ni hablar del revoleo del suéter antes colgado al hombro, propio de alguien que se siente como en su casa. Los dedos aceitosos de maní marcados en las copas de un vino ya no rojo profundo, si no de un colorado borroso, eran quizás un detalle aterrador sólo para una obsesiva de la limpieza como yo, pero el trato con la moza... ese fue el dato alarmante. No eran trabajadores que un jueves cualquiera pasaron por ahí. Eran un cuadro, una botella, una heladera más a la derecha del terciopelo bordó.
Amigos de las camareras, conocidos del dueño y rutinarios coristas del cantante de turno, los chicos acostumbraban a trasnochar en ese bar y guiñarle el ojo a señoritas como nosotras, que pretendíamos encontrar al amor de nuestras vidas mientras escuchábamos al español en boca de un argentino en un pub lleno de mujeres.
Cuán confundidas entramos ese jueves en la rutina ajena. Cuán solas nos sentimos rodeadas de tributeros y sabinas. Cuán solitario era ese dúo que noche tras noche volvía sin fémina compañía al bar.

En el receso del show -justo cuando el cantante bajaba a saludar a la amiga del gay, y la parejita de la primera cita comentaba que hacía demasiado calor para mediados de mayo- Silvina y yo nos levantamos. Partimos rumbo a su casa para reírnos de nosotras mismas y compartir la cama grande.
"La próxima tenemos que tener más suerte", dije a modo de deseo antes de cerrar los ojos. "Igual el musculoso cantaba mejor", reflexionó ella, "pero Sabina es Sabina, ¿no?". Asentí con un "ahá" casi silencioso, y pensando en los chicos del fondo, dormimos juntas pero solas hasta las 12 del mediodía siguiente.
J.L.


Publicado en www.portalreconquista.com.ar el martes 20 de mayo.



Comentarios

  1. Te felicito por el blog Juli muy lindo!
    Además dos notas sobre Sabina :-D !!
    Besos, Lau

    ResponderEliminar
  2. Sí, yo soy el gran genio que viene a decir que los tributos a Sabina son una mierda.
    No había ido a ninguno, excepto una fiesta de fin de año del laburo que terminamos en un lugar parecido pero sólo presencié la última canción.
    Como decía, no había ido a ninguno hasta hace medio mes, aproximadamente, un viernes, me hice presente en... bueno, olvidé el nombre del bar. No sé, la banda tocaba las canciones de Sabina, las minas cantaban y yo me quería ir. Simplemente me quería ir.
    Y me fui temprano con mi amigo el Pollo.
    Y coso... nada importante.
    Realmente fuiste la primera en firmar, ya compré tu fernet.
    No sé como poner links y esas cosas locas en el blog.

    Lalala...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La espera del ciruja de Plaza Francia

Algo para compartir de Göttling. Hay una entrada del año pasado con una modesta necrológica hecha hace un tiempo y me pareció bien publicar esto como un complemento retro. Todo tarde con él. Lo encontré tarde, publiqué la nota tarde, y subí La espera... después de mucho tiempo. Acá va. Si el ciruja puede esperar.... por Jorge Göttling Publicada en Clarín el 27/6/04 También él es un paisaje de la Ciudad. Con cada ocaso, con la casa puesta como un caracol, el hombre se ubica en el mismo banco de la Plaza Francia. Despliega despaciosamente sus pertenencias, comienza a construir su lecho. Ocupará caprichosamente tres o cuatro metros cuadrados de la manzana más cara de Buenos Aires hasta que el sol despunte. Es difícil que alguien conozca su nombre, pero quien lo vio alguna vez, quien se tomó tiempo para descifrarlo, sabe que es un ciruja distinto. Tampoco nadie conoce su voz: no pide, no reclama, no protesta, no acepta. Improvisa un colchón con trapos grises, ennegrecidos por la suciedad

Topos

cómo sabemos que el color que yo veo es el color que vos ves. qué pasa si lo que a mi me enseñaron que era verde no era verde, sino rojo. y qué si lo que alguien te dijo que era verde era en realidad púrpura. qué si el pasto no es verde. qué si es rojo. qué si es púrpura. cómo saber cuál es el verde. cómo saber qué es verde. topos. how do we know that the colour i see is the colour that you see. what if what i was taught it was green it was not green but red. and what if what someone told you it was green it was actually purple. what if the grass is not green. what if it's red. what if it's purple. how to know which one is green. how to know what is green.

Una de Quino, con dedicatoria

Con amor, a quien corresponda.