Un día totalmente desarraigado de mi familia, de mi casa, de las obligaciones, fue hoy. Me desperté cuando se iba la mañana, me saqué el verano en la ducha y caminé 3 cuadras de humedad y 9 de lluvia para tocar el timbre del 5º C y que me digan "andá a comprar pan al super que ya está la comida". Y fui. Alfon hizo tallarines pero no amasó. Eran de calabaza. Colorados, como el pelo de la Pe que no estaba sentada a la mesa. Porque en lugar de ser cuatro eramos tres: Marie, Alfon y yo. Crema también había comprado, crema que acompañó a los tallarines y me dió la fantástica idea de tomar un café después de comer, y después de los duraznos, ciruelas y bananas en el centro de la mesa. Ahí me desperté y terminé de sacarme esa modorra matinal de las 3 de la tarde. Sí, ese sueñito atontado que sólo sienten personas que durmen más de lo que acostumbran y que hace que el cerebro rebote de una pared a otro de la cabeza. Por suerte se fue. Y vino Pe a la hora del mate. Mientra...
Un poco de chancho. Otro poco de rosa.